domingo, 25 de mayo de 2008

El "Tirofijo" que yo conocí




Pedro Antonio Marin, Manuel Marulanda, "El Viejo" o "Tirofijo", fue para mí un personaje especial, seguramente el que más, de los muchos que he conocido en mi trayectoria de periodista.
Tuve la fortuna profesional y personal de ser aceptado por don Manuel para realizar el 23 de noviembre de 1982 la primera entrevista que él concedía después de casi 20 años de clandestinidad tras su huida y la de 40 campesinos más de Marquetalia, el pueblo del norte del Huila que había sido definido como "república independiente" por la feroz bancada conservadora que encabezaba Alvaro Gómez Hurtado y que obligó al gobierno de Guillermo León Valencia (1962 - 1966) a lanzar una operación militar, acorralado por los "laureanistas".
Ese error político y militar que significó la Operación Marquetalia, dio origen, meses después a la Conferencia Sur de los grupos de autodefensa campesina que se mantenían en armas y que eran remanentes de las guerrillas liberales que en los años de violencia de los gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez, se habían organizado para hacer frente a las fuerzas militares y de policía de la época.
Pedro Antonio Marín, que según su padre nació en 1928 y no en 1930 como decía el difunto guerrillero, fue sorprendido por el 9 de abril de 1948, la trágica fecha del asesinato de Jorge Eliécer Gaitan, haciendo los preparativos para convertirse en un próspero comerciante en la localidad de Ceilán, a pesar de su juventud (estaba entre los 18 y los 28 años).
Marín, acosado como otros millones de liberales por las huestes armadas de Laureano Gómez, organizó un grupo de autodefensa con 24 personas de su población natal de Génova, que perteneció a Caldas y que luego en la división de ese departamento pasó a ser territorio del Quindío.
Catorce de sus 24 compañeros de autodefensa eran primos suyos.
El grupo decidió emprender camino hacia el Tolima y de allí pasó al Huila.
Entonces, apoyados por el Partido Comunista, crearon un bloque de guerrillas que tenía grupos similares operando en Meta, Valle, Cauca, Caquetá y Tolima.
En una reunión con dirigentes comunistas, donde estaba Marín, fue comentada la vida del "negro" Manuel Marulanda Vélez, un fogoso sindicalista antioqueño, presidente de la Federación de Trabajadores de Cundinamarca que murió asesinado en la sede del Servicio de Inteligencia de Colombia (SIC) en la calle 12 con carrera 3 de Bogotá.
Le propusieron a Marin que adoptara el nombre de Manuel Marulanda Vélez para su vida clandestina y guerrillera y el muchacho de Génova, con apenas 21 años de edad lo aceptó, como un homenaje a el "negro" pero como condición para que no lo siguieran llamando "Tirofijo".
Durante el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla, general del Ejército que se tomó el poder en 1953 derrocando a Laureano Gómez, fue promulgada una amnistía, que especialmente estaba dirigida a perdonar y olvidar los delitos de liberales y conservadores.
A los militantes comunistas que se levantaron en armas para combatir al terrorífico gobierno conservador, los dejaron a un lado y, al contrario de ofrecerles garantías y protección para reincorporarse, fueron objeto de un plan de exterminio.
Así pasó con Jacobo Prías Alape, amigo personal de Marin.
Ambos, con un importante grupo de guerrilleros comunistas se desmovilizaron pero no entregaron sus armas.
Cuando un antiguo compañero de lucha, alias "Capitán Mariachi" asesinó a Prías Alape, Marin resolvió volver al monte y organizar una nueva autodefensa que acampó en Marquetalia.
Allí, estimulados por los avances de la Revolución Soviética y por el idealismo de la Cuba independiente y socialista de _Fidel Castro, intentaron hacer una comuna, donde todas las obligaciones para el cultivo, sostenimiento, administración, cosecha, venta y utilidad de sus actividades iban a un fondo común y se repartían equitativamente.
Era el primer experimento de una población colombiana con la filosofía comunista.
Por eso asustó a los conservadores que desde el Congreso, con Alvaro Gómez, reclamaron una rápida acción para erradicar esa república independiente.
La operación militar no dio resultado. Si bien los comunistas de Manuel Marulanda fueron sacados del lugar, comenzó el trasegar de una guerrilla que llega hasta nuestros dias, 44 años después de haberse constituído.
Y Marulanda "Tirofijo", tenía todas esas historias para contar.
Y me las contaría, en la entrevista a la que fui invitado porque los dos periodistas a quienes se les había ofrecido, Yamíd Amat y Juan Gossain, le confesaron a los guerrilleros que ellos tenían miedo de ir.
Estando yo en la redacción de Caracol al lado de los dos "monstruos" del periodismo nacional cuando se aculillaron, se acobardaron y le dijeron al guerrillero baquiano que ellos no iban, me llené de valor y me dije para mí: esta entrevista la hago yo.
Además yo conocía de oídas al personaje, porque vengo del Tolima, una población que vivió, sintió y sufrió la presencia de la guerrilla de "Tirofijo".
Después de que Amat y Gossain me preguntaron si me arriesgaba, por mi propia cuenta, a ir a entrevistar al mítico guerrillero, del cual sólo se conocían viejas y borrosas fotografías en blanco en negro, emprendí el viaje en compañía del camarógrafo Carlos Tobón, un excelente profesional, gran compañero de viaje y buen amigo desde entonces.
Encontré a "Tirofijo" al cabo de dos días y medio de viaje a pie, pasando por el páramo de Sumapaz desde la población tolimense de Melgar, frente a Tolemaida, el fuerte militar desde donde salían a diario contingentes inmensos de soldados por tierra o aire, para buscar al comandante de las FARC.
Encontré a Merulanda parado en la cerca de una casa en medio de una explanada, agitando su hacha para cortar la leña.
Era un amanecer frío.
Nosotros habíamos llegado la noche anterior, y tuvimos una recepción muy amable, con brandy y café que nos tributó Jaime Guaraca, otro legendario comandante de las FARC.
Marulanda, debajo de una ruana, sobre unas botas de caucho y tocado por sombrero barbisio de paño colo café, y con un cigarrillo Pielroja luciendo en sus labios, no se me identificó de entrada.
Mi mirada lo encontró cuando salí de la cocina de la vetusta vivienda para saborear un aromático y caliente café que me habían servido a las seis en punto de la mañana.
Vi a una persona común y corriente despedazando leña con una pequeña hacha.
Lo saludé por cortesía, mientras tomaba mi bebida.
Me preguntó cómo me había ido en el viaje; le contesté que había sido una caminata muy dura, sobre todo pasando el páramo en tenis, con el agua helada hasta la rodilla.
Me comentó que los guías que nos habían acompañado en el viaje habían dicho que los dos periodistas éramos buenos para caminar y hasta hizo una broma diciendo que yo tenía físico de guerrillero.
Tan pronto consumí el café me retiré de la charla diciéndole: con su permiso señor.
No me dejó alejar, al preguntarme si yo conocía Marulanda.
- No señor, he oído hablar mucho de él, pero no lo conozco personalmente, dije, mientras desandaba los dos pasos que ya había dado.
- Yo soy Manuel Marulanda, mucho gusto, me replicó, poniendo a mi alcance la mano derecha de la cual se había quitado antes el hacha.
Se inclinó hasta mí y se quintó el sombrero.
Le vi su rostro, sus ojos claros, su piel blanca pero quemada por el aire, el sol y el frío que bajaba del páramo.
- Llevo ocho días caminando para este encuentro. Espero que la entrevista la publique toda Caracol, me dijo en tono perentorio.
En los primeros minutos, no le creí a Marulanda que era él. Dudé tanto, que hasta llamé a Jaime Guaraca, con quien había tenido la noche anterior una agradable conversación y le dije que si me estaban tomando del pelo.
Guaraca llegó sonriente, se dirigió a Marulanda, le dijo: "comandante este joven Carlos Ruiz es muy suspicaz, pero parece buen tipo".
Marulanda, a quien le había dado la espalda para hablar con Guaraca, me dirigió una palabras en tono de disgusto.
Dijo que si no creía que él era el guerrillero más perseguido del país me podía volver por donde había venido.
Yo volteé la mirada y vi que ya se había quitado la ruana y ahora portaba en su mano derecha una ametralladora Uzi y un revólver le colgaba al lado derecho del cinto.
Mentalmente maldije mis dudas, porque estaba a punto de perder un gran reportaje.
Traté de calmarlo diciéndole que era mejor dudar que creer todo. Le puse como ejemplo: qué tal que sus enemigos montaran una tramoya para poner a hablar a una persona que se le parezca a usted y lo pongan a decir cosas que perjudicarían a él y a las FARC.
Marulanda me transmitió tranquilidad, cuando con la mirada y agitando sus cabeza hacia atrás y adelante, dijo que yo tenía razón.
Comprendí que en ese momento cambiaba su papel de un aparente cortador de leña haciendo inteligencia a un recién llegado para convertirse en el comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, que quería hacer una declaración, respondiéndole al Gobierno de Belisario Betancur y al Congreso que acababan de aprobar la ley de amnistía de 1982, que supuestamente iba a desmontar los grupos guerrilleros en Colombia.
- Te voy a volver famoso con esta entrevista, dijo Marulanda, poniendo su mano derecha encima de mi hombro izquierdo.
Me invitó a pasar al comedor para desayunar con él.
Ya yo tenía asegurada la entrevista y eso me abrió el apetito.
Después de un abundante desayuno, con carne asada, arroz, papa, chocolate y pan fresco, aparecieron varios hombres encapuchados. El primero de ellos cubría toda su cabeza con una tela que llevaba los colores de la bandera colombiana y con dos bolas de madera dentro de la boca que le hacía cambiar el tono de su voz.
Sólo muchas horas después se quitó la capucha y resultó que era Jacobo Arenas, el llamado ideólogo de las FARC, con quien, a partir de ese momento congeniamos y tuvimos una relación de periodista a fuente muy estrecha, hasta el punto de que no había hecho importante de su guerrilla en relación con el proceso de paz, que él no
me hiciera conocer.
Enviaba casetes, razones, comunicados escritos, mensajes verbales con varios emisarios, entre ellos el "cura Camilo", hoy en día refugiado en Brasil.
Hasta el día de su muerte el 10 de agosto de 1990, tuve con Jacobo Arenas una comunicación fluida, durante la cual él respetaba mis opiniones sobre la lucha armada y creo que muchas veces las compartía porque mientras estuvo en capacidad de dirigir las conversaciones con los distintos gobiernos, él demostró que prefería la salida negociada a la armada.
Pero esto es historia para otro momento.
Hoy, 25 de mayo de 2008, cuando Rodrigo Londoño (Timochenko) confirma la muerte de Manuel Marulanda, vuelven a mi esos recuerdos.
Tuve cerca a uno de los personajes de la vida colombiana del siglo 20 y comienzos del 21.
Lo entrevisté muchas veces.
Entre ellas, la histórica del 27 de mayo de 1984, justamente hace 24 años, cuando decretó el cese del fuego para las FARC, y realicé una transmisión en directo para Caracol, usando un helicóptero como repetidor.
Lo defino como una persona arraigada en sus ideales, profundamente amistoso con los amigos y guerrero sin cuartel con sus enemigos.
Dio su vida a un ideal.
Más que equivocarse en el método, me parece a mi que se dejó desviar del camino de la conciliación, por culpa de los guerreristas y de quienes tienen más interés en el narcotráfico que en las reivindicaciones sociales de nuestros pueblos.
El error de dejar pasar las negociaciones con Belisario Betancur y de mamarle gallo a Pastrana, fortaleció a la derecha del país. Le dio argumentos a quieren una solución violenta al conflicto y desprestigió a quienes de buena fe han venido luchando para que en el país haya paz con justicia social.
Don Manuel Marulanda: puede descansar en paz. Si hay otra vida, allá tendrá que rectificar los errores que cometió en esta y también, por qué no, puede ufanarse de que fue un ser humano coherente con su pensamiento hasta el dia en que expiró, el 26 de marzo de 2008 en los brazos de su amada.
A propósito, soy el único periodista que tiene una entrevista con los dos. "Tirofijo" y su amada, hablando del amor y de cómo se conocieron.
Esa es otra historia, para otro día.